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“Monarquía parlamentaria, esa es la cuestión” – XXV Premio FIES de Periodismo

El día 27 de noviembre Su Majestad el Rey Don Felipe VI entregó a Tom Burns Marañón el XXV Premio FIES de Periodismo por su artículo Monarquía parlamentaria, esa es la cuestión, publicado en febrero de 2013 en el diario La Razón. Al acto acudieron el presidente y diferentes patronos de la Fundación Institucional Española así como algunos de los antiguos ganadores de este premio dado que se cumplían en esta ocasión 25 años desde la creación del galardón, por medio del cual FIES premia artículos y trayectorias profesionales que permitan a la sociedad reflexionar sobre el sentido de la Monarquía y su papel vertebrador en España.

NUTREXPA, multinacional líder en el sector de la alimentación, se consolida como patrocinador del Premio FIES de Periodismo. El Sr. Ferrero ha representado a NUTREXPA en la entrega del galardón, acompañando a S.M. el Rey y al Patronato de FIES. 

A continuación ofrecemos íntegro el artículo premiado, cedido por cortesía de La Razón.

S.M. el Rey hace entrega del premio FIES de Periodismo a Tom Burns
S.M. el Rey hace entrega del premio FIES de Periodismo a Tom Burns

Monarquía parlamentaria, esa es la cuestión

Para entender lo que es la institución de una monarquía constitucional anclada en la historia,
alguna lección se puede extraer de la película «La Reina», de Stephen Frears. El largo narra,
con fidelidad a los hechos según ocurrieron, la bronca que tuvo lugar entre la familia real
británica y el pueblo llano de Reino Unido como consecuencia de las encontradas reacciones
ante la súbita muerte de Lady Diana Spencer, ex princesa de Gales. A lo largo del país, la
opinión pública y la publicada se indignaron con la aparente frialdad de Isabel II y de los suyos,
entre ellos, Carlos, el ex de la adorada Lady Di. La «Royal Family» se mantuvo recluida en su
finca de Balmoral sin dar muestras de compartir el inmenso dolor que, de una manera
sorprendente para un pueblo supuestamente flemático, exteriorizaban británicos de todo pelaje.
Las críticas se centraron en el hecho de que la bandera británica izada en lo alto del Palacio de
Buckinghan no estaba a media asta. Al escuchar en los telediarios los comentarios sobre este
«ultraje» de quienes sollozando se agolpaban ante las rejas de su residencia en Londres,
Isabel II se quedó estupefacta, al igual que su anciana madre, la viuda, ya fallecida, de Jorge
VI, que era conocida como la reina madre. «Es que la bandera nunca cuelga a media asta en el
palacio», vino a decir Isabel II en la sala de estar de su castillo escocés. «No estuvo a media
asta cuando murió tu padre ni tampoco lo estará cuando mueras tú», comentó la Reina Madre.
Esta costumbre de los soberanos británicos con la bandera en los reales sitios (cuando reside
en alguno de ellos se alza en el mástil el pendón real) es una manera gráfica de expresar
«muerto el Rey, viva el Rey». Lo importante es la institución y su continuidad a lo largo de los
siglos; lo de menos es quién la representa. Así lo entienden los soberanos del Reino Unido y
así, en el fondo, lo entienden los británicos. El desencuentro que provocó la muerte hace más
de una década de quien pasó a ser la «Princesa del pueblo» fue pasajero y la popularidad de
Isabel II no ha hecho más que aumentar. El jubileo en 2002, que celebraba los 50 años de su
reinado, fue apoteósico. No digamos el de 2012. Sin embargo, a nadie se le ocurriría decir que
los británicos son Isabelistas. Admiran mucho a la reina, respetan, generalmente, al príncipe
heredero; toleran, mal que bien, a determinados miembros menores de la familia real, pero,
sobre todo y por encima de todo, valoran la Monarquía. Los británicos experimentaron con el
republicanismo a mediados del siglo XVII con Cromwell y desde entonces han importado
distintas dinastías para ocupar el trono. La Corona española, que es la única que admite
comparaciones con la británica en cuanto a su trayectoria en el tiempo, no goza de tal suerte.
La institución en Reino Unido tiene profundas raíces que permiten soportar toda suerte de
tempestades. En España el monarquismo es de bajo calado. Aquí se habla de Juancarlismo y
de Juancarlistas. Esto, que es muy explicable y comprensible, y que, sin duda, es
importantísimo al tratarse de una Corona que ha sufrido demasiados vaivenes y que fue
restaurada, con una larga interrupción por medio, por un dictador después de ser expulsada por
una República, no es lo ideal. El primero en reconocer esto mismo es el propio Rey. Si por
dicha de España, por su paz y progreso, se consolida la Monarquía constitucional, será porque
se valora la Institución al margen de quien la representa. Es del todo fácil ser Juancarlista. Fue
el «motor» de la Transición política y, a partir del 23-F, además de una «legitimidad de origen»,
si bien ésta es cuestionada por quienes no tienen aprecio por una jefatura de Estado
hereditaria, ostenta una incuestionable «legitimidad de ejercicio». Pero, pasados los años,
normalizada ya España como una sociedad próspera y plural, cabe preguntarse: ¿sigue siendo
necesaria la Monarquía? ¿Monarquía para qué? La reflexión que cabe en respuesta, y sin que
decaiga un ápice el afecto que tan justificadamente rodea a Don Juan Carlos, es que en
adelante la Corona no debería apoyarse en la personalidad de un soberano concreto: a los 37
años del reinado del Rey, la Corona ha de valerse por sí misma. Ha de ser reconocida como la
personificación del ser histórico de España, como representante de la unidad de la Nación y
garante de la politerritorialidad de la misma, y como consustancial a la continuidad del Estado
español en su tradición y en su progreso. Además de ser la monarquía de todos los españoles,
meta que se impuso Don Juan Carlos, según el lema de su padre, ha de ser, en vista del curso
que llevan las reformas de los estatutos de autonomía, la Monarquía de todas las Españas. Ha
de demostrar en palabras del inglés Walter Bagehot, autor en el XIX de un célebre ensayo
sobre la Constitución británica, que «el digno uso» de la Institución tiene un «uso incalculable».
Si se consolida la Corona constitucional en España será porque los españoles valoran la
utilidad intrínseca de la institución al reconocer que la Monarquía parlamentaria es la forma
política que salvaguarda su libertad y sus derechos mejor que cualquier otra. Al estar por
encima de las disputas partidistas, puede con limpieza arbitrar y moderar el funcionamiento
regular de las instituciones de acuerdo con la Constitución. A la vez, la Corona sabe «estar»
con cercanía, de manera «inteligible», según Bagehot, con la ciudadanía a las duras y las
maduras. Si se consolida la Monarquía constitucional y parlamentaria en España será porque
en su fuero interno, los españoles saben perfectamente, como dijo Antonio Fontán, que el
Estado español es un Reino o un barullo. Y muerto el Rey dirán viva el Rey.

Tom BURNS MARAÑÓN (Londres, Reino Unido, 1948) un destacado periodista y ensayista criado a caballo entre España y Gran Bretaña. Nieto del ilustre Gregorio Marañón e hijo de diplomático, posee una licenciatura en Historia Moderna por la Universidad de Oxford, y en las últimas décadas ha desarrollado una brillante carrera como periodista. En los 70 se trasladó a España como corresponsal del diario Financial Times y desde entonces trabaja y reside en Madrid, dónde ha sido corresponsal del Washington Post y de la revista internacional Newsweek. Ha sido también Adjunto al Presidente y Director de Comunicación de Recoletos Grupo de Comunicación.

En el año 2001 fue nombrado Oficial de la Orden del Imperio Británico por su fomento de las relaciones hispano-británicas y en la actualidad es consejero de Eurocofín, una compañía líder en consultoría de comunicación corporativa y financiera además de ser colaborador habitual del diario español El Mundo.