Doña Leonor en las academias militares: mucho más allá de una formación técnica

La pregunta sobre si nuestra futura Jefa de Estado debe contar con formación militar ha resonado con fuerza en España. No puede ser de otra manera en un país como el nuestro, heredero de una rica historia y con una significativa repercusión en la comunidad internacional. Se trata de un debate legítimo y merecedor de un análisis profundo y matizado. Un debate saludable que, en mi opinión, representa no solo la oportunidad de poner de manifiesto una necesidad, sino también la oportunidad de dar a conocer su verdadero valor añadido. 

En efecto, en el contexto político y social actual, la formación de la máxima autoridad de un país trasciende su mero papel representativo para adquirir una dimensión más profunda y necesariamente comprometida con los diversos aspectos de una Nación. En el caso de España, todo ello cobra aun mayor relevancia porque esa figura, como futura Reina, de conformidad con el mandato constitucional, está además llamada a asumir el Mando Supremo de las Fuerzas Armadas.

El Mando Supremo de las Fuerzas Armadas no debe entenderse limitado a una etiqueta simbólica porque, en realidad, representa un cometido trascendental para la estabilidad y la resiliencia de cualquier país moderno. Asumir ese papel implica participar en la toma de decisiones cruciales en coyunturas que pudieran resultar de extrema urgencia, así como asumir el liderazgo moral de todos los miembros de las Fuerzas Armadas. Empresa más demandante si cabe.

La formación militar permitirá a nuestra futura Reina adquirir un entendimiento intrínseco de las operaciones, los procedimientos y las dinámicas inherentes a las tres ramas de las fuerzas armadas, lo que le permitirá a su vez tomar decisiones informadas y acertadas en materia de Seguridad y Defensa cuando llegue el momento. Además, la formación militar le capacitará para comprender las inquietudes y necesidades de las fuerzas armadas y del colectivo militar, aspectos esenciales para asumir el liderazgo moral de todos los militares.

Desde esa perspectiva, la necesidad de una sólida formación militar parece difícil de rebatir. Sin embargo, la formación militar presenta otra ventaja que se pasa por alto en no pocos análisis. Como Jefa de Estado, Doña Leonor se erigirá en la voz de sus generaciones coetáneas, inspirando, orientando y sirviendo de guía a numerosas personas, especialmente mujeres. Al mismo tiempo, representará el modelo a seguir para las generaciones que están por venir. Aquí entra en juego la relevancia adicional de la formación militar. 

Es probable que Doña Leonor, como sucedió con Don Felipe, se convierta en una verdadera soldado tras su paso por las academias. Y es que Felipe VI, además de un profesional altamente cualificado, con una formación y experiencia que apenas ningún otro Jefe de Estado europeo tiene, es un verdadero líder con una clara impronta militar que rápidamente cautiva. Un líder que cree en los valores militares y que se comporta como un verdadero militar, aunque no siempre vista uniforme.  

La conducta de todo buen militar está arraigada en un conjunto fundamental de valores éticos y morales que sirven como brújula en su servicio a la Nación y su interacción con sus compatriotas, porque en el espíritu del buen militar no prevalece discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social. Solo caben criterios como el honor, el valor, la disciplina y la lealtad.

Estos valores, inquebrantables en su naturaleza, reflejan el compromiso del militar con la integridad, la honradez y la responsabilidad, formando así el cimiento de su identidad profesional. Identidad que frecuentemente exhibe Don Felipe y que será igualmente deseable cuando Doña Leonor se convierta en nuestra Reina.

El honor, como uno de los pilares más sólidos, guía a cada buen militar a actuar con sinceridad y transparencia en todas las circunstancias. Mantener la verdad en todas las acciones y decisiones refuerza la confianza tanto dentro como fuera de la institución a la que uno pertenece, estableciendo una base de credibilidad que es esencial para el liderazgo efectivo. Especialmente en el caso de una Jefa de Estado.

El valor también es intrínseco a la moral militar. La valentía que se manifiesta en la disposición de enfrentar situaciones peligrosas y adversas, aun cuando el miedo puede estar presente, demuestra firmeza de carácter. Este valor es esencial en situaciones de conflicto y en el cumplimiento de misiones críticas que pueden poner en peligro la vida propia y la de otros, como bien puede llegar a ser el caso de las decisiones tomadas por una Jefa de Estado.

La disciplina, característica igualmente inherente al buen militar, refuerza la capacidad de seguir órdenes y respetar reglas y procedimientos establecidos. La disciplina no solo garantiza la coherencia operativa, sino que también refleja el respeto hacia la autoridad y el cumplimiento de las normas. Aspecto exigible a cualquier servidor público, especialmente a aquellos que ocupan los puestos más altos de los aparatos del Estado.

La lealtad, otro pilar fundamental, se extiende hacia la Nación, los compañeros de armas y los superiores. El buen militar no solo sirve con compromiso inquebrantable, sino que también demuestra un profundo respeto por las instituciones a las que pertenece y por aquellos con quienes comparte responsabilidades y deberes. Cualidades en las que cualquier Jefa de Estado debe ser ejemplar.

La responsabilidad también está en el corazón de la moral militar. Un buen militar asume la responsabilidad de sus acciones y decisiones, consciente del impacto que tienen en la seguridad y el bienestar de la Nación y de los ciudadanos que la componen. Esta responsabilidad se manifiesta tanto en el combate como en el cuidado de los recursos confiados y en el respeto por los derechos humanos y las leyes internacionales. 

Finalmente, la empatía. Aunque a menudo pasada por alto, la empatía es del mismo modo un valor esencial en la moral del buen militar. Comprender las experiencias y perspectivas de los demás, especialmente en contextos multiculturales y diversos, refuerza la cohesión y el respeto en las fuerzas armadas, además de fortalecer la interacción con la comunidad a la que se sirve. En el caso de una Reina, la empatía resulta esencial.

Estos valores, intrínsecamente entrelazados, delinean la brújula moral de todo buen militar. Su observancia refleja un profundo compromiso con el servicio, la integridad y la excelencia en la protección de la Nación y sus ciudadanos. En última instancia, son estos valores los que cimentan la distinción entre el mero cumplimiento del deber y el abrazo apasionado de una vocación centrada en la honorabilidad y la dedicación. Don Felipe en estado puro.

No obstante, resulta imperativo recalcar que la formación militar de la futura Jefa de Estado no debe ser concebida como una sustitución de otras aptitudes esenciales para el liderazgo, tales como la diplomacia, el compromiso con la equidad o la habilidad para abordar cuestiones de política pública con discernimiento y visión de conjunto. En cambio, esta formación debe ser considerada como un elemento adicional que enriquece la perspectiva del líder y encauza su enfoque hacia los asuntos nacionales e internacionales. Es fundamental que la formación militar que ahora comienza nuestra futura Reina sea apreciada como parte integral de un abanico de aptitudes esenciales para el liderazgo, generando así una sinergia de competencias que refleje la diversidad y complejidad de la sociedad contemporánea. 

En definitiva, pienso que el paso de Doña Leonor por las academias militares es en realidad una inversión de futuro para todos los españoles. Una pequeña inversión que, comparada con todas sus ventajas, resulta claramente rentable a medio y, sobre todo, a largo plazo. Una inversión que contribuirá decisivamente a moldear el carácter de la que hoy es una prometedora joven, para convertirla en una mujer entregada a la Nación, integra, de carácter recto, comprometida, honesta, responsable y dedicada.

Sobre el autor

Rafael López de Anca es Teniente Coronel de Infantería de Marina, Diplomado de Estado Mayor, Máster en Políticas Públicas de Seguridad y Defensa, y Máster en Política de Defensa y Seguridad Internacional. Ha participado en numerosas ocasiones en operaciones en el exterior, incluyendo despliegues en escenarios de Oriente Medio, los Balcanes y el Cuerno de Africa. Tras un breve paso por el sector privado en Amazon Logistics que incluyó la dirección de dos estaciones logísticas, actualmente trabaja para el Servicio Europeo de Acción Exterior en Bruselas como responsable del equipo de profesionales encargado de velar por la seguridad de las delegaciones de la Unión Europea en la región de Asia-Pacífico. Cabe destacar que López de Anca sirvió en la Guardia Real durante más de tres años como oficial de operaciones y como segundo Jefe de Grupo.