God Save The Queen. Ya sea cantado al unísono por bandas militares en la forma del himno nacional británico, por los miles de espectadores que tomaron las calles de las ciudades del Reino Unido, con Londres como centro neurálgico, o por pequeños grupos de familias o amigos, God Save The Queen son ciertamente palabras que derrochan incontable emoción, con las que han querido simbolizar en el Reino Unido de 2022 un sentido y cariñoso homenaje a su monarca, Su Majestad la Reina Isabel II, probablemente una de las mujeres más conocidas, admiradas y respetadas de la historia. Mucho —casi todo— se ha escrito, visto o narrado de ella.
Llegué a Londres a los pocos días de comenzar el milenio, y como español que ha vivido en estas tierras los últimos veintidós años, les puedo asegurar la fortaleza, arraigo y sentimiento de pertenencia de la monarquía británica en el corazón de la inmensa mayoría de los británicos, representada en la memoria de varias generaciones por esa pequeña, pero inmensa figura. Es algo verdaderamente único, lo he encontrado siempre fascinante y, por qué no, he sentido cierta envidia. Es definitorio de una psyche británica de orgullo de lo que son, lo que han creado, lo que tienen, lo que les une. Los días de celebración del Platinum Jubilee, los pasados mayo y junio en todo el Reino Unido y en los países de la Commonwealth, fueron más allá de una explosión de emoción, de alegría y fiesta; fue un verdadero jubileo para distintas comunidades y generaciones. Personas de distinto origen social, racial o ideológico unidas en torno a su monarca y celebrando junto a ella, agradeciéndole el éxito de su largo reinado de siete décadas, el más largo de cualquier monarca de la historia británica y, en unos meses, podría serlo de toda la historia mundial.
Independientemente del punto de vista u opinión que cada uno tenga sobre la monarquía británica, o sobre su representante y real familia, me parece que es innegable su simbolismo e impacto en la opinión pública. Simplemente viendo los índices de audiencia de la serie The Crown, de Netflix, o la cobertura que hacen los medios de comunicación de cualquier noticia relacionada con la monarquía, uno puede llegar a entender la mística y atracción que el British royal establishment genera en todo el mundo. Como testigo presencial de múltiples celebraciones del Jubileo en Londres y en la campiña durante esos días, y de las preparaciones durante semanas, desde el metro a cualquier escaparate, de los museos a los parques, de los aeropuertos a los supermercados, desde los pubs hasta los más refinados restaurantes, les aseguro que todo era una explosión de colores de la Union Jack, banderas, banderolas, cadenetas, múltiples imágenes, pósteres, pantallas de led con imágenes de Su Majestad la Reina —probablemente también una de las mujeres más representadas en todas las formas artísticas en la historia—. Fue sencillamente espectacular. Uno tenía la sensación desde esa privilegiada primera línea de estar viviendo algo único, histórico.
Esa marea de banderas Union Jack que no solo envolvían las calles de Londres, sino que también estaban repartidas por miles de mesas a lo largo y ancho del Reino Unido durante las street parties organizadas por barrios, humildes o acomodados, en ciudades grandes o pueblecitos, fueron un símbolo de unión en la distancia para comer, reír y celebrar un hito único representado en una mujer presente en las vidas de bisabuelos, abuelos, padres, jóvenes y niños. Hubo orquestas, espectáculos musicales en pequeños locales comunitarios o grandes conciertos en Londres —con un inolvidable despliegue de luces iluminando la fachada del palacio de Buckingham—. En la celebración participaron miembros de la familia real junto con personajes conocidos de las artes y la música de las siete décadas de reinado de Su Majestad. Sin embargo, para mí lo más emocionante y con lo que me quedaré en la memoria fue la alegría de la gente, las ganas de disfrutar y celebrar con respeto y orgullo la dedicación de una mujer a toda una vida de servicio público. Me quedo con las imágenes de las ancianas que por primera vez desde la pandemia dejaban su casa o la residencia para juntarse con sus vecinos y disfrutar de la música, de un pimms o de un trozo de tarta, o los niños con la cara pintarrajada con los colores de la Union Jack y tomando algo de conciencia de la importancia de la monarquía británica como guía y símbolo de su sociedad. Son esas y otras muchas imágenes las que siempre guardaré por la suerte de haber vivido en primera persona lo que es —ya— historia.
Después del zarpazo de la pandemia, había un sentimiento de que todo el país estaba preparado para una gran fiesta y con la mejor de las excusas para disfrutar de la vida, y claramente lo hicieron. Tuve la sensación de que lo que veía en Londres y en los Cotswolds estaba bañado por un filtro mágico. Para algunos seguro que era solamente el hecho de poder celebrar un largo puente de cuatro días (aquí no tenemos y nos dieron dos días extra de vacaciones), pero para la inmensa mayoría fue una oportunidad para juntarse con familia y amigos, cantar canciones tradicionales, vestirse al más puro estilo British, comer y bailar en torno a su monarca y lo que representan sus setenta años en el trono. Eso fue lo que hizo increíble ese momento en la historia que ni ustedes ni yo volveremos a ver en nuestra vida.
Mientras reflexiono para escribir sobre la marcha mis impresiones de lo que fueron esos cuatro días, no puedo borrar mi cara de felicidad y regocijo monárquico. Hay muchas cosas que afectan y cambian el mundo —la política, la economía, la salud, la cultura o las modas—, pero dentro del caos y la incertidumbre en el que nuestra vida se desarrolla en este siglo XXI, sigue habiendo una mujer que, como prometió en su veintiún cumpleaños hace décadas, seguirá aquí mientras viva dedicada al servicio, que es constante y omnipresente. El Jubileo fue también un momento de reflexión sobre la importancia de ese hecho y esa presencia. Acabo como solo podría hacerlo: God Save The Queen. Long May She Reign.
Sobre el autor
Juan Carlos Machuca es abogado español residente en Londres. Habiéndose incorporado a Uría Menéndez Madrid en 1996, trabaja en la oficina de Londres desde enero de 2000, siendo su actual Socio Director.
Su práctica profesional se centra en el ámbito del Derecho societario, bancario, financiero, instituciones de inversión colectiva, private equity y de mercado de valores. Asimismo, asesora en operaciones de fusiones y adquisiciones, insolvencia y reestructuraciones de empresa.
En 2007 recibió el premio 40 under Forty Award, con el que Iberian Lawyer reconoce la excelencia de la nueva generación de abogados jóvenes en la Península Ibérica.