La bicentenaria Orden de la Reina María Luisa

S.M. la Reina Doña Sofía con la insignia de la Orden de María Luisa

A menudo el derecho premial español es uno de los grandes olvidados por la historiografía. Los derroteros de las editoriales, de los proyectos de investigación o, simplemente de las coordenadas del momento, han hecho que el riquísimo patrimonio historiográfico que existe en torno a las órdenes y condecoraciones civiles españolas, esté casi olvidado, pese a los meritorios esfuerzos que algunos investigadores han realizado en los últimos lustros. Así, con la intención de sacar de ese letargo alguna de las órdenes con la que los monarcas españoles han honrado a los beneméritos conciudadanos, creo que puede hablarse, aunque sea de una forma breve, de la Orden de Damas nobles de la Reina María Luisa.

Mucho se ha escrito sobre esta soberana, y mucho de ello con escaso rigor histórico. La Reina María Luisa (1751-1819) vivió momentos extraordinariamente difíciles, debido fundamentalmente a los cambios y mutaciones, de todo orden, que se vivieron en Europa tras la oleada revolucionaria. No pretendo, porque además no estoy capacitado para ello, hacer un juicio de su persona o de sus posiciones, que sólo me atrevo a esbozar mucho más positivo de lo que tradicionalmente se ha dicho. Únicamente me detendré en su papel para la creación de la orden que lleva su nombre.

Fue en 1791, dos años antes de que Luis XVI dejara su vida en el cadalso, cuando un particular, el abogado madrileño José de Valluguera presentó a la reina un proyecto de orden de Damas Nobles, destinado a distinguir a las señoras de la nobleza. Esta idea primera, que como ahora se verá no se llevó a cabo, tenía como fin únicamente premiar a las señoras de la nobleza, y sólo a estas. Dos serían los grados de la orden: Grandes Damas, para personas reales y Grandes de España, y Damas para el resto de títulos y nobleza en general. La Reina debió quedar entusiasmada con el proyecto y encargó un estudio profundo de otras órdenes similares que existían en Europa, concretamente la de la Cruz Estrellada austriaca y la de Santa Catalina de Rusia. La subida al poder en aquellos mismos meses del conde de Aranda, en sustitución de José Moñino, conde de Floridablanca, hizo que la idea original fuera modificada en pos de las ideas ilustradas del aristócrata. La cruz de María Luisa, como apunta Ceballos-Escalera en su libro sobre la orden, fue concebida por Aranda no como una orden en la que tuvieran cabida todas aquellas damas de la aristocracia que lo solicitaran, sino como una suprema distinción cortesana, quedando reservada únicamente a la Familia Real, Grandes de España y nobleza titulada.

La Real Orden de Damas Nobles de la Reina María Luisa, única de todas las de la monarquía española reservada sólo a señoras, fue creada por Carlos IV mediante un decreto de 21 de abril de 1792. Desde el primer momento la orden se constituía como una orden estrictamente femenina reservada a la Real Familia y a la primera nobleza española. La peculiaridad más notable de la orden es la de ser una condecoración reservada exclusivamente a personas del sexo femenino y así mismo es considerable que mientras que las órdenes civiles y militares españolas que en principio sólo admitían a hombres han ido abriendo sus puertas a las señoras, la de María Luisa ha conservado su tradición femenina.

Lazo Orden de DamasDesde los albores del siglo XIX la orden de María Luisa agrupó a lo más granado de la nobleza femenina española, y tuvo a su cabeza a la Reina de España: así lo decía los estatutos de la misma, publicados en 1794 y reformados en 1816. Cabeza natural que ostenta hoy en día S. M. la Reina doña Sofía agraciada por S. A. R. el conde de Barcelona con la cruz de María Luisa en 1962 con motivo de su enlace con el Rey don Juan Carlos.

Las insignias de esta orden, que pueden verse representadas en multitud de cuadros decimonónicos y del siglo XX, consisten en una cruz de ocho puntas, similar a la de la S. O. de Malta, de oro en cuyo centro hay un ovalo que contiene la imagen de San Fernando, bajo cuyo patronazgo está colocada. El exergo del óvalo y los brazos de la cruz tienen esmaltes morados. En los espacios que quedan entre los brazos de la cruz, hay dos leones y dos castillos contrapuestos, unidos por una cadena de oro. Los colores del lazo de los que penden son morados y blancos.

Carlos NIETO

de la Universidad Complutense de Madrid